Karla permanecĆa bajo la lluvia en un callejĆ³n oscuro de la ruidosa ciudad de Esantia, estaba esperando a alguien, como se dejaba ver por las continuas miradas a su reloj de bolsillo de bronce. Como de costumbre Silas llegaba tarde, era una de esas costumbres exasperantes que tanto la inquietaban del atractivo miscalita. Una pareja de guardias bajaba por la calle, estoicos ante la intensa lluvia, como si no fuera con ellos, vigilando los oscuros callejones del barrio de los artĆfices.
Karla se oculto un poco mas en las sombras, no tenia derecho a estar allĆ una vez caĆda la noche, con los talleres cerrados y sin documentaciĆ³n pertinente. Una vez pasaron de largo, se permitiĆ³ volver a respirar, cuando una risotada a su espalda la asustĆ³ y tuvo que reprimir un grito de sorpresa, no sabĆa como de lejos habĆan ido a parar los guardias. DesenfundĆ³ su pistola de mecha, protegiendo el disparador con la mano de la intensa lluvia, se dio la vuelta preparada para todo menos para los ojitos de cordero degollado de su compaƱero en el delito, el atractivo y socarrĆ³n miscalita, que con una sonrisa cĆ³mplice, levantĆ³ las manos mientras comentaba, -ten cuidado que las carga el diablo.
Karla, completamente desarmada ante la sonrisa de su compaƱero enfundĆ³ su pistola, mirando alrededor. -Pues esta la cargaste tu esta maƱana, asĆ que tu sabrĆ”s. –comentĆ³.
Silas, con un gesto profesional sacĆ³ de uno de los muchos bolsillos de su gabardina un juego de ganzĆŗas mecĆ”nicas y se arrodillĆ³ junto a la puerta de uno de los almacenes del callejĆ³n. -En fin, vamos a trabajar un poco para variar ¿te parece…?
Mientras ella vigilaba las dos salidas del callejĆ³n, los diestros dedos del rubio miscalita se afanaban en franquear el paso a sus asuntos fraudulentos dentro del almacĆ©n, que con un satisfactorio chasquido de su cerradura, les invitĆ³ a comenzar.
-Cuando vuestra merced, lo desee- indicĆ³ con un gesto caballeroso Silas, seƱalando el interior del oscuro almacĆ©n. Karla, reprimiendo una sonrisa, se precipitĆ³ en el interior sacando una linterna de combustiĆ³n de entre los pliegues de su oscuro abrigo impermeable.
El almacĆ©n parecĆa un cementerio de aerocalesas lleno de distintos vehĆculos metĆ”licos amontonados unos encima de otros formando calles enrevesadas que mas bien podrĆan llamarse un laberinto. Las gotas de lluvia tamborileaban sobre la uralita del techo, amortiguadas por su grosor, olĆa a aceite de motor y carbĆ³n consumido, Karla permanecĆa en la entrada, sosteniendo la linterna iluminando a uno y otro lado, mientras formaba un pequeƱo charco a sus pies, cuando Silas cerrĆ³ la puerta sĆŗbitamente , lo cual la sacĆ³ de sus casillas una vez mas…-shhhhh, esto es un delito ¿sabes?- murmurĆ³ Karla. –PodrĆan encarcelarnos por esto, o peor , llevarnos a las minas de carbĆ³n una buena temporada.
-RelƔjate cherƮ, hace horas que se fueron todos los trabajadores- dijo en voz baja con su irresistible acento miscalita, que tanto sabia que desarmaba a su compaƱera de trabajo y alcoba.
Karla, meneĆ³ la cabeza mientras comenzaba a deambular por el almacĆ©n reprimiendo un esbozo de sonrisa ya que no querĆa darle esa satisfacciĆ³n. Mientras avanzaban por el almacĆ©n, dejando un reguero de agua de lluvia tras de si, se pararon en seco, ante la mano alzada del miscalita-¿oyes eso?
Las gotas de lluvia asediaban la uralita con insistencia, amortiguando cualquier ruido en el almacĆ©n, pero tras contener la respiraciĆ³n Karla pudo discernir un pequeƱo traqueteo sobre el suelo de hormigĆ³n manchado de aceite y carbĆ³n-¿QuĆ© es eso? suena como una maquina de escribir…
Silas, con gesto de terror que alterĆ³ durante un momento sus bellas facciones tirĆ³ de su compaƱera, trepando por la montaƱa de aerocalesas hasta colarse en el interior de una de ellas -shhhh- fue su parca respuesta, llevĆ”ndose un dedo a los finos labios mientras seƱala abajo.
Karla, con el corazĆ³n a cien, solo podĆa oĆr su bombeo en los oĆdos, respirĆ³ profundamente para intentar aislar sus latidos, pero entonces lo vio y tuvo que reprimir un grito de terror.
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